miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sobre la debacle del Partido Colorado

La identidad batllista
Si al analizar la historia nacional José Mujica se declara blanco, yo soy colorado, o más precisamente, batllista. Por eso la situación crítica en que los resultados electorales del 26 de octubre pasado dejaron al Partido Colorado (PC) me ha motivado a reflexionar –y también a releer algunas cosas- a fin de formarme una idea sobre cuál es su situación actual y cómo se ha llegado a ella.
Mientras la debacle de 2004 podía adjudicarse en gran medida a los efectos de la crisis, interpretación que salía reforzada con la recuperación electoral de 2009, el retroceso de 2014 abona otra tesis: el Partido Colorado podría ubicarse como un jugador menor por un largo período de tiempo –algo similar a lo ocurrido con el Partido Liberal en el Reino Unido. ¿Cómo ha ocurrido esto?
Algunos creen que el presente no es más que la suma de eventos circunstanciales y la mala suerte. Así, la elección de 2004 se explica por la crisis y esta última por errores en la concreción de la fórmula presidencial y/o por la polarización entre el Frente Amplio y el Partido Nacional. Otros pensamos que la situación actual del Partido Colorado, es resultado de un proceso de tipo estructural, desarrollado a lo largo de muchos años, en los que éste fue sufriendo un proceso de cambio que ha dado lugar a lo que algunos llaman “crisis de identidad”. Es un diagnóstico al que me afilio, si por crisis de identidad se entiende el no asumir que se ha producido una mutación identitaria. Es decir que no se trata, en mi opinión, de que el Partido Colorado no sepa lo que es, sino que se niega a asumirlo.
El Partido Colorado, como los demás partidos políticos uruguayos, nunca fue una fuerza homogénea. Doctores y caudillos, principistas y candomberos, batllistas y riveristas, siempre coexistieron identidades ideológicas diversas. Sin embargo, parece claro que fue la identidad batllista lo que marcó a fuego al partido durante el siglo XX. Y es que el Batllismo, aunque no fuera el creador de su época ni el único actor relevante de su tiempo, no sólo impregnó la identidad colorada sino también la nacional. El Uruguay está lleno de personas que son batllistas sin saberlo, incluso desde edades tempranas, una convicción que surge de mi experiencia docente en educación media. Allí aprecié cómo muchos estudiantes, de apenas 13 o 14 años, solían plantear soluciones u opiniones “batllistas” ante diversos problemas y situaciones que pueden plantearse en un curso de historia (y no me refiero sólo a historia nacional, sino también universal). Es decir, sus opiniones solían tener implícita la idea de que corresponde al Estado intervenir tanto para liderar el proceso de cambio económico y social, como para defender a los sectores más vulnerables. Habían aprendido, quién sabe cómo y cuándo, las dos caras de la identidad batllista: la lucha por la construcción de un “país modelo” y el rol del Estado como “escudo de los débiles”.
Si en el Uruguay hay muchos batllistas, y al Partido Colorado lo ha votado en las últimas tres elecciones un promedio del 13% de la ciudadanía, entonces los batllistas votan a otros partidos, y no hay que ser muy brillante para saber por quién están optando. Sobre lo que me interesa reflexionar no es sobre el crecimiento del Frente Amplio, sino sobre la “huida” de los batllistas del Partido Colorado -porque más allá de los méritos que haya hecho el primero para captarlos, alguna responsabilidad debe corresponder al segundo. Esta reflexión –que, acorde al título del blog carece totalmente de originalidad- se resume en las tres tesis siguientes.

Tesis 1: la preeminencia riversita en el Partido Colorado actual es el resultado, no la causa de la debilidad del Batllismo

 La huida de los batllistas del Partido Colorado se produjo entre 1989 y 2004. En el primero de esos años muchos electores que habían votado a Sanguinetti en 1984 optaron por el recién formado Nuevo Espacio. Como consecuencia, el Partido Colorado perdió diez puntos, el Frente Amplio mantuvo su votación, y el Partido Nacional, que se incrementó en cuatro puntos, ganó la elección. En suma, que el herrerismo el principal beneficiario de esta primera fuga de batllistas. Aunque la votación del Partido Colorado pudo mantenerse en las dos elecciones siguientes –en las que el FA creció a “costa” del Partido Nacional-, dicha estabilidad se mostró transitoria. Además, el Partido Colorado nunca pudo recuperar ese 10%, volvió a hundirse en 2004, y la recuperación de 2009 resultó un espejismo. De hecho, aunque suele analizarse el crecimiento del Frente Amplio en relación a la caída del bloque de los Partidos Tradicionales, si se analiza la evolución por partidos se observa que el crecimiento de su está fuertemente correlacionado con la caída del Partido Colorado y no tanto con la del Partido Nacional. Éste último sí se recuperó de su debacle en 1999 y en 2004, a la vez que el Frente ganaba en primera vuelta, obtenía la misma votación que en 1984 (Tablas 1 y 2).

Tabla 1
Resultados en elecciones presidenciales (%)
FA
PC
PN
1984
21
41
35
1989
21
30
39
1994
30
32
31
1999
40
33
22
2004
51
11
35
2009
49
18
30
2014
49
13
31
Fuente: banco de datos de Facultad de Ciencias Sociales

Tabla 2
Correlación entre resultados electorales, 1984 - 2014
FA y PC
FA y PN
Coeficiente de correlación
-0,87
-0,40
Calculado en base a datos de Tabla 1

Es decir que las fluctuaciones del Partido Nacional sí pueden adjudicarse a factores coyunturales –como la dura lucha interna en 1999-, pero a principios del siglo XXI su situación electoral es muy similar a la de la década del ochenta del siglo XX. El Partido Colorado y el Frente Amplio, en cambio, han sufrido un proceso de sustitución estructural –en que uno ocupó el lugar del otro- que se produjo antes del surgimiento de Vamos Uruguay. Hasta donde alcanza mi conocimiento, la ciencia política ha estudiado en profundidad este proceso desde la perspectiva del crecimiento del Frente Amplio, pero ha prestado menos atención a las razones de la caída del Partido Colorado. En todo caso, puede afirmarse que ella no es responsabilidad de la agrupación que hoy predomina en el partido de Rivera. A Vamos Uruguay puede criticársele el haber sido incapaz de revertir la debacle, pero no el haberla generado. La actual hegemonía riverista es un mérito de quienes dirigieron al Batllismo durante las dos décadas que siguieron a la apertura democrática.

Tesis 2: la identidad ideológica de Propuesta Batllista (PROBA) se acerca más a los principistas del siglo XIX que a los batllistas del siglo XX

Por supuesto que dentro del Partido Colorado hay batllistas, pero no hay, en mi opinión, una corriente política estructurada que recoja la identidad batllista (con la excepción, quizá, de Ala Batllista, que en todo caso es una agrupación muy pequeña). Quienes se consideran y son considerados el Batllismo dentro del Partido Colorad (PROBA), recogen en realidad una identidad colorada anterior, la de los principistas liberales del siglo XIX. Sintomático de ello es que los principales énfasis programáticos de PROBA en esta elección se vincularon, por una parte, a lo que han percibido como un deterioro institucional –la preocupación por excelencia de la generación principista de 1873-, y por otra con su obsesión por eliminar un impuesto que sólo paga el 30% de las personas con mayores ingresos (y dentro de estos sólo afecta en forma significativa al 10% de la cúspide). Es cierto que José Batlle se oponía a este tipo de impuestos, pero ¿es que acaso fue esta la seña distintiva del Batllismo como para que quienes se reclaman sus herederos la levanten como bandera programática central? Por no mencionar que en el modelo batllista el rechazo de los impuestos a los ingresos se complementaba con una fuerte tributación a la herencia, de modo que lo que la persona no pagaba cuando ganaba lo pagaban sus herederos. En todo caso, no creo que los “batllistas” colorados de hoy tengan problemas en reconocerse herederos de la tradición del liberalismo principista del siglo XIX, a condición de que se considere al mismo José Batlle dentro de ella. Y puede sostenerse, naturalmente, que el liberalismo es consustancial al Batllismo, por lo que al ser PROBA liberal, es batllista. Pero ello supondría desconocer al menos tres elementos importantes. En primer lugar, que por liberalismo pueden entenderse cosas distintas. Es cierto que los batllistas se consideraban liberales, pero también se percibían así sus detractores, lo que -como ha mostrado Caetano-, condujo a un fuerte debate en torno a la noción de liberalismo entre una perspectiva más pasiva –libertad de- y otra más activa –libertad para. Mientras el Batllismo se identificaba con la segunda, es la primera –que tiene un referente contemporáneo en Robert Nozcik- la que expresa la corriente “batllista” del Partido Colorado actual. En segundo lugar, y vinculado a lo anterior, no debería olvidarse que para sus detractores –tanto herreristas como riveristas- el Batllismo no era un movimiento liberal, sino jacobino o incluso socialista. Un clivaje ideológico que, visto desde la actualidad, enfrentaba a un Batllismo  reformista o republicano con una oposición liberal-conservadora encarnada en el herrerismo blanco y el riverismo colorado. Finalmente, y en tercer lugar, aunque se reconozca que el Batllismo puede entrar en una definición suficientemente amplia y vaga de liberalismo, no debería desconocerse que aquello que lo distinguió no fue su preocupación por la agenda liberal clásica, decimonónica, sino justamente la idea de que el Estado debía asumir un rol dirigente en el desarrollo económico y social, a la vez que proteger a los más débiles. Y mientras en 1911 el Presidente Batlle se alegraba de que los obreros tranviarios habían ganado una huelga, los dirigentes de PROBA se preocupan por achicar el Estado y reducir impuestos a quienes más ganan.

Tesis 3: la identidad ideológica ampliamente mayoritaria dentro del Partido Colorado ha mutado hacia un liberalismo-conservador que en nuestro país ha representado el herrerismo; la crisis colorada consiste en negarse a reconocer esta mutación

Si la mayoría del Partido Colorado puede identificarse con el riverismo y quienes se auto perciben como los herederos de José Batlle han renunciado a lo que constituyó la seña de identidad del movimiento político que él fundó, acercándose más bien al liberalismo pre-batllista, entonces en algún momento el Partido Colorado sufrió una mutación radical. Los votantes batllistas abandonaron al Partido Colorado porque el Partido Colorado abandonó al Batllismo. Una transformación que no por radical fue rápida y cuya magnitud se observó con el paso del tiempo, en parte porque además de lento el proceso fue no lineal. Mientras el liderazgo de J. M. Sanguinetti presenta más de un rasgo claramente “batllista” –por ejemplo la convocatoria a consejos de salarios durante su primer gobierno, la ambigüedad ante las privatizaciones impulsadas por el herrerismo y las reformas educativa y de seguridad social en el segundo-, también es cierto que fue el mismo Sanguinetti quién lanzó la tesis de las familias ideológicas, según la cual el Partido Colorado compartía una identidad sustancial con un Partido Nacional dominado por el mayor adversario del batllismo: el herrerismo. Una teoría, la de las familias ideológicas, que no hacía más que reconocer la mutación radical de la que venimos hablando. Así, si esta interpretación es correcta, lo que vive hoy el Partido Colorado no es una crisis de identidad, sino una crisis por negarse a aceptar que ha renunciado a su identidad batllista para adoptar una nueva, de cuño liberal-conservador, que lo hermana con el herrerismo.

Para superar su situación actual, el Partido Colorado puede seguir dos caminos. Uno, que ha seguido hasta ahora más allá de cierto grado de esquizofrenia, consiste en reconocer su nueva identidad ideológica y disputarle al herrerismo la representación del pensamiento liberal-conservador. Fue la estrategia que siguió Pedro Bordaberry. El problema es que probablemente el herrerismo seguirá resultado más atractivo para ese espectro del electorado, en la medida que está ubicado allí desde hace más de un siglo. En segundo lugar, el Partido Colorado puede intentar otro viraje, poniendo de nuevo en el centro de su discurso y su programa las señas de identidad batllistas. Sin embargo, enfrenta al menos dos grandes dificultades. En primer lugar, porque para retomar banderas que ha abandonado, un partido debe primero enterarse que las abandonó. Repasando algunos análisis sobre el reciente resultado electoral pareciera que los “batllistas” del Partido Colorado son los únicos que no han podido percibir lo que todos los demás podemos ver: que el Batllismo está en el Frente Amplio. En segundo lugar, aunque hiciera ese reconocimiento y decidiera retomar las viejas banderas, debe convencer a los ciudadanos batllistas –algunos ex colorados, muchos otros directamente frenteamplistas- que posee una capacidad superior a la del Frente de llevar adelante la construcción del país modelo soñado por Batlle; algo extremadamente difícil, dado que por décadas renunció a hacerlo sin ni siquiera darse cuenta de dicha renuncia. Tal como están las cosas, lo que me parece más probable es que el Partido Colorado se consolide como el hermano menor de la coalición liberal-conservadora.

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