jueves, 6 de marzo de 2014

Por qué voto a Constanza

En un principio pensé no participar de las internas, pero he decidido votar por Constanza. Con ello deseo señalar, otra vez, mi enojo con la nomenklatura del FA; al que me adherí a principios de los noventa, cuando tenía 14 años. Con ello, también, soy coherente con la anulación que hice de mi voto en las elecciones municipales de 2010.
Mi enojo no refiere tanto a aspectos programáticos. Yo no creo que sea necesario un giro a la izquierda, porque eso ya se hizo en 2005. Pero lo que me hace frenteamplista no es sólo una determinada concepción de la justicia y del rol que el Estado debe tener en la consecución de una sociedad más igualitaria y de personas más libres. Creo que venimos avanzando a un ritmo razonable (aunque a mí también, a no dudarlo, me gustaría ver mejores resultados en educación, un Sistema de Salud verdaderamente universal, o concretado el Sistema Nacional de Cuidados). Pero cuando en los ochenta, mi madre me explicaba por qué votaba al FA, no sólo señalaba razones programáticas. Ella me decía, y luego lo comprobé, que blancos y colorados habían hecho bastante daño al país resolviendo las cosas entre cuatro paredes, y poniendo a gobernar a personas elegidas en función de acuerdos políticos espurios, en lugar de personas capaces. Según mi madre, el FA era distinto, una fuerza unida por convicciones que permitían superar los intereses personales y sectoriales, y que cuando gobernara, no sólo aprobaría medidas que beneficiarían a las mayorías, sino que se aseguraría que estas fueran llevadas adelante por los más capaces.
Lo cierto es que como tantos otros, he venido viendo con enojo y desilusión, cómo el FA se ha tradicionalizado, en el mal sentido del término. Cómo cayó en el bochorno de sacar de la galera una candidatura a la Intendencia, postulando  a quién estaba a punto de asumir un Ministerio crucial, y para el cual estaba mucho más capacitada que quién vino a sustituirla. Y ello en función del tipo de arreglos y componendas acordadas para promover a algunos y joder a otros que por tanto tiempo caracterizaron a blancos y colorados. Y luego vi cómo ese mismo tipo de prácticas se convirtió en el hacer habitual, cómo se repartían Ministerios, Subsecretarías, Entes, y hasta direcciones de hospitales en función de cuotas políticas. Y también vi como un ex compañero de estudios, ahora joven diputado del MPP, las justificaba diciendo que así lo hacían todos y así se había hecho siempre (¿conocen argumento más sustantivamente conservador?).
Se trata de prácticas que no sólo plantean problemas éticos, relativos a las formas, también hacen al contenido, y a la capacidad de llevar adelante las transformaciones necesarias. Así, vimos cómo la consecuencia inesperada de que Ana Olivera fuera postulada a la Intendencia fue nombrar a alguien incapaz en el Ministerio que ella asumiría, exclusivamente porque pertenecía al mismo partido; alguien que debió ser removida por incompetente, lo que dio lugar a una serie de enroques, necesarios solamente porque había que respetar la cuota. (Por suerte, pero parece que nada más que por suerte, llegó al MIDES alguien particularmente preparado para la tarea)
He escuchado suficiente cantidad de politólogos para saber que ese tipo de prácticas apuntala la cohesión de los partidos y que en ocasiones pueden favorecer la gobernabilidad. ¿Pero dónde quedamos entonces los frenteamplistas independientes? ¿Dónde queda esa parte de nuestra identidad relativa a la honestidad y al compromiso unitario basado en lo programático y no en los cargos? Si yo quisiera que mi Partido se manejara de esa forma votaría a los colorados y admiraría a Sanguinetti. ¿Cuándo si no ahora, en las internas, puedo expresar mi posición? En octubre votaré a Tabaré Vázquez porque necesitamos cinco años más de transformaciones. Ahora es tiempo de expresar mi enojo con la nomenklatura. Apoyar a Constanza es la forma que tengo de hacerlo.
Y no sólo mi enojo, sino también mi preocupación, porque para transformar este país no alcanza con tener buenas ideas y las mejores intenciones, es crucial hacer bien las cosas y cada vez las venimos haciendo peor. Y además, ya sabemos dónde termina esto; termina donde terminó el Partido Colorado, abjurando de su identidad histórica y peleando por llegar al 15% de los votos. El Frente Amplio es demasiado importante para permitir que nos suceda lo mismo.