martes, 25 de noviembre de 2014

Finalmente la derecha dice lo que piensa. A propósito de la visita de Gloria Álvarez

Me imagino a Gloria Álvarez a bordo de uno de los pocos botes de salvamento del Titanic poco después de que el transatlántico se fuera a pique, con chaleco salvavidas y dos mantas, gritándole a una familia de náufragos chapoteando poco antes de morir congelados que lo que vaya a ocurrirles es su responsabilidad y que si se esfuerzan lo suficiente, en algún momento llegarán a tierra. Y es que esa es la concepción de la pobreza, sus causas y cómo se combate, que sustenta la politóloga guatemalteca (si creen que exagéro véanlo por ustedes mismos).
En un primer momento me pareció preocupante que nuestra derecha vernácula la eligiera de referente. Su razonamiento es infantil, simplista, frívolo, panfletario, y basado en múltiples premisas falsas. Cuando leí su decálogo dirigido a los pobres guatemaltecos –el mismo al que hice referencia antes- me indigné. Sin embargo, pasadas las horas, he reflexionado que así suele ser el pensamiento dogmático y el hecho de que nuestra derecha la idolatre no deja ser un avance en términos de transparencia. Especialmente cuando estamos terminando una campaña electoral en que la misma derecha, en un esfuerzo digno de mejor causa, se ha dedicado a negarse a sí misma y ocultarnos lo que piensa. Ahora Gloria Álvarez, por ellos invitada, nos lo dice en su nombre y con diáfana claridad.
¿Y qué nos dice Gloria? Que los pobres lo son porque no se esfuerzan, porque son borrachos, resentidos y sumisos. Que los pobres no debieran reclamar políticas sociales, sino aprender ingeniería en un cibercafé –a la derecha no le gusta que los pobres reclamen nada. Que aquellos gobiernos que impulsan medidas que benefician a las mayorías son populistas (razón por la cual, lógicamente, el primer batllismo cae en esta categoría, como ellla misma ha dejado claro), que las medidas redistributivas y los impuestos progresivos son un robo que atentan contra el crecimiento. De allí extrae algunas conclusiones: que los pobres son ignorantes y por eso votan lo que votan, y por eso América Latina está jodida: porque las mayorías votan a quienes impulsan políticas que les son favorables en lugar de votar a quienes no lo harían –a la derecha le gustaría que votaran a quienes beneficiarían a la elite; a algunos incluso les parecería mejor que no votaran. En suma, que el problema de nuestras democracias es justamente ese, que son democracias.
Las primeras son en general afirmaciones de hecho, empíricas, y pueden ser verdaderas o falsas. Ese es el caso, por ejemplo, de decir que las políticas redistributivas o los impuestos progresivos atentan contra el crecimiento, o las políticas sociales multiplican la pobreza, o, para resumir, que el Estado de Bienestar ha deteriorado la calidad de vida de las personas. Falso. Si fuera cierto Suecia estaría lleno de pobres y sus ciudadanos serían esclavos. Gloria Álvarez muestra saber muy poco de historia y economía, y no parece importarle.
Las “conclusiones” que Álvarez extrae de estas premisas falsas son naturalmente falsas, pero tienen la virtud de expresar con claridad meridiana lo medular del pensamiento de derecha. Y aquí radica lo ventajoso de su visita, porque nos ha mostrado que nuestra derecha sigue siendo derecha, que más allá de discursos new age sigue pensando que más vale combatir a los pobres que a la pobreza, que un sistema impositivo que incremente la desigualdad –como el que había aquí hasta 2007- es preferible a uno que la reduzca -como ocurre ahora- y que su motivación central es la defensa de los privilegiados. A menos de una semana de elegir presidente, habiendo aceptado que la derrota es inevitable, nuestra derecha ha optado por la dignidad de decir lo que piensa. Bienvenido sea.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Sobre la debacle del Partido Colorado

La identidad batllista
Si al analizar la historia nacional José Mujica se declara blanco, yo soy colorado, o más precisamente, batllista. Por eso la situación crítica en que los resultados electorales del 26 de octubre pasado dejaron al Partido Colorado (PC) me ha motivado a reflexionar –y también a releer algunas cosas- a fin de formarme una idea sobre cuál es su situación actual y cómo se ha llegado a ella.
Mientras la debacle de 2004 podía adjudicarse en gran medida a los efectos de la crisis, interpretación que salía reforzada con la recuperación electoral de 2009, el retroceso de 2014 abona otra tesis: el Partido Colorado podría ubicarse como un jugador menor por un largo período de tiempo –algo similar a lo ocurrido con el Partido Liberal en el Reino Unido. ¿Cómo ha ocurrido esto?
Algunos creen que el presente no es más que la suma de eventos circunstanciales y la mala suerte. Así, la elección de 2004 se explica por la crisis y esta última por errores en la concreción de la fórmula presidencial y/o por la polarización entre el Frente Amplio y el Partido Nacional. Otros pensamos que la situación actual del Partido Colorado, es resultado de un proceso de tipo estructural, desarrollado a lo largo de muchos años, en los que éste fue sufriendo un proceso de cambio que ha dado lugar a lo que algunos llaman “crisis de identidad”. Es un diagnóstico al que me afilio, si por crisis de identidad se entiende el no asumir que se ha producido una mutación identitaria. Es decir que no se trata, en mi opinión, de que el Partido Colorado no sepa lo que es, sino que se niega a asumirlo.
El Partido Colorado, como los demás partidos políticos uruguayos, nunca fue una fuerza homogénea. Doctores y caudillos, principistas y candomberos, batllistas y riveristas, siempre coexistieron identidades ideológicas diversas. Sin embargo, parece claro que fue la identidad batllista lo que marcó a fuego al partido durante el siglo XX. Y es que el Batllismo, aunque no fuera el creador de su época ni el único actor relevante de su tiempo, no sólo impregnó la identidad colorada sino también la nacional. El Uruguay está lleno de personas que son batllistas sin saberlo, incluso desde edades tempranas, una convicción que surge de mi experiencia docente en educación media. Allí aprecié cómo muchos estudiantes, de apenas 13 o 14 años, solían plantear soluciones u opiniones “batllistas” ante diversos problemas y situaciones que pueden plantearse en un curso de historia (y no me refiero sólo a historia nacional, sino también universal). Es decir, sus opiniones solían tener implícita la idea de que corresponde al Estado intervenir tanto para liderar el proceso de cambio económico y social, como para defender a los sectores más vulnerables. Habían aprendido, quién sabe cómo y cuándo, las dos caras de la identidad batllista: la lucha por la construcción de un “país modelo” y el rol del Estado como “escudo de los débiles”.
Si en el Uruguay hay muchos batllistas, y al Partido Colorado lo ha votado en las últimas tres elecciones un promedio del 13% de la ciudadanía, entonces los batllistas votan a otros partidos, y no hay que ser muy brillante para saber por quién están optando. Sobre lo que me interesa reflexionar no es sobre el crecimiento del Frente Amplio, sino sobre la “huida” de los batllistas del Partido Colorado -porque más allá de los méritos que haya hecho el primero para captarlos, alguna responsabilidad debe corresponder al segundo. Esta reflexión –que, acorde al título del blog carece totalmente de originalidad- se resume en las tres tesis siguientes.

Tesis 1: la preeminencia riversita en el Partido Colorado actual es el resultado, no la causa de la debilidad del Batllismo

 La huida de los batllistas del Partido Colorado se produjo entre 1989 y 2004. En el primero de esos años muchos electores que habían votado a Sanguinetti en 1984 optaron por el recién formado Nuevo Espacio. Como consecuencia, el Partido Colorado perdió diez puntos, el Frente Amplio mantuvo su votación, y el Partido Nacional, que se incrementó en cuatro puntos, ganó la elección. En suma, que el herrerismo el principal beneficiario de esta primera fuga de batllistas. Aunque la votación del Partido Colorado pudo mantenerse en las dos elecciones siguientes –en las que el FA creció a “costa” del Partido Nacional-, dicha estabilidad se mostró transitoria. Además, el Partido Colorado nunca pudo recuperar ese 10%, volvió a hundirse en 2004, y la recuperación de 2009 resultó un espejismo. De hecho, aunque suele analizarse el crecimiento del Frente Amplio en relación a la caída del bloque de los Partidos Tradicionales, si se analiza la evolución por partidos se observa que el crecimiento de su está fuertemente correlacionado con la caída del Partido Colorado y no tanto con la del Partido Nacional. Éste último sí se recuperó de su debacle en 1999 y en 2004, a la vez que el Frente ganaba en primera vuelta, obtenía la misma votación que en 1984 (Tablas 1 y 2).

Tabla 1
Resultados en elecciones presidenciales (%)
FA
PC
PN
1984
21
41
35
1989
21
30
39
1994
30
32
31
1999
40
33
22
2004
51
11
35
2009
49
18
30
2014
49
13
31
Fuente: banco de datos de Facultad de Ciencias Sociales

Tabla 2
Correlación entre resultados electorales, 1984 - 2014
FA y PC
FA y PN
Coeficiente de correlación
-0,87
-0,40
Calculado en base a datos de Tabla 1

Es decir que las fluctuaciones del Partido Nacional sí pueden adjudicarse a factores coyunturales –como la dura lucha interna en 1999-, pero a principios del siglo XXI su situación electoral es muy similar a la de la década del ochenta del siglo XX. El Partido Colorado y el Frente Amplio, en cambio, han sufrido un proceso de sustitución estructural –en que uno ocupó el lugar del otro- que se produjo antes del surgimiento de Vamos Uruguay. Hasta donde alcanza mi conocimiento, la ciencia política ha estudiado en profundidad este proceso desde la perspectiva del crecimiento del Frente Amplio, pero ha prestado menos atención a las razones de la caída del Partido Colorado. En todo caso, puede afirmarse que ella no es responsabilidad de la agrupación que hoy predomina en el partido de Rivera. A Vamos Uruguay puede criticársele el haber sido incapaz de revertir la debacle, pero no el haberla generado. La actual hegemonía riverista es un mérito de quienes dirigieron al Batllismo durante las dos décadas que siguieron a la apertura democrática.

Tesis 2: la identidad ideológica de Propuesta Batllista (PROBA) se acerca más a los principistas del siglo XIX que a los batllistas del siglo XX

Por supuesto que dentro del Partido Colorado hay batllistas, pero no hay, en mi opinión, una corriente política estructurada que recoja la identidad batllista (con la excepción, quizá, de Ala Batllista, que en todo caso es una agrupación muy pequeña). Quienes se consideran y son considerados el Batllismo dentro del Partido Colorad (PROBA), recogen en realidad una identidad colorada anterior, la de los principistas liberales del siglo XIX. Sintomático de ello es que los principales énfasis programáticos de PROBA en esta elección se vincularon, por una parte, a lo que han percibido como un deterioro institucional –la preocupación por excelencia de la generación principista de 1873-, y por otra con su obsesión por eliminar un impuesto que sólo paga el 30% de las personas con mayores ingresos (y dentro de estos sólo afecta en forma significativa al 10% de la cúspide). Es cierto que José Batlle se oponía a este tipo de impuestos, pero ¿es que acaso fue esta la seña distintiva del Batllismo como para que quienes se reclaman sus herederos la levanten como bandera programática central? Por no mencionar que en el modelo batllista el rechazo de los impuestos a los ingresos se complementaba con una fuerte tributación a la herencia, de modo que lo que la persona no pagaba cuando ganaba lo pagaban sus herederos. En todo caso, no creo que los “batllistas” colorados de hoy tengan problemas en reconocerse herederos de la tradición del liberalismo principista del siglo XIX, a condición de que se considere al mismo José Batlle dentro de ella. Y puede sostenerse, naturalmente, que el liberalismo es consustancial al Batllismo, por lo que al ser PROBA liberal, es batllista. Pero ello supondría desconocer al menos tres elementos importantes. En primer lugar, que por liberalismo pueden entenderse cosas distintas. Es cierto que los batllistas se consideraban liberales, pero también se percibían así sus detractores, lo que -como ha mostrado Caetano-, condujo a un fuerte debate en torno a la noción de liberalismo entre una perspectiva más pasiva –libertad de- y otra más activa –libertad para. Mientras el Batllismo se identificaba con la segunda, es la primera –que tiene un referente contemporáneo en Robert Nozcik- la que expresa la corriente “batllista” del Partido Colorado actual. En segundo lugar, y vinculado a lo anterior, no debería olvidarse que para sus detractores –tanto herreristas como riveristas- el Batllismo no era un movimiento liberal, sino jacobino o incluso socialista. Un clivaje ideológico que, visto desde la actualidad, enfrentaba a un Batllismo  reformista o republicano con una oposición liberal-conservadora encarnada en el herrerismo blanco y el riverismo colorado. Finalmente, y en tercer lugar, aunque se reconozca que el Batllismo puede entrar en una definición suficientemente amplia y vaga de liberalismo, no debería desconocerse que aquello que lo distinguió no fue su preocupación por la agenda liberal clásica, decimonónica, sino justamente la idea de que el Estado debía asumir un rol dirigente en el desarrollo económico y social, a la vez que proteger a los más débiles. Y mientras en 1911 el Presidente Batlle se alegraba de que los obreros tranviarios habían ganado una huelga, los dirigentes de PROBA se preocupan por achicar el Estado y reducir impuestos a quienes más ganan.

Tesis 3: la identidad ideológica ampliamente mayoritaria dentro del Partido Colorado ha mutado hacia un liberalismo-conservador que en nuestro país ha representado el herrerismo; la crisis colorada consiste en negarse a reconocer esta mutación

Si la mayoría del Partido Colorado puede identificarse con el riverismo y quienes se auto perciben como los herederos de José Batlle han renunciado a lo que constituyó la seña de identidad del movimiento político que él fundó, acercándose más bien al liberalismo pre-batllista, entonces en algún momento el Partido Colorado sufrió una mutación radical. Los votantes batllistas abandonaron al Partido Colorado porque el Partido Colorado abandonó al Batllismo. Una transformación que no por radical fue rápida y cuya magnitud se observó con el paso del tiempo, en parte porque además de lento el proceso fue no lineal. Mientras el liderazgo de J. M. Sanguinetti presenta más de un rasgo claramente “batllista” –por ejemplo la convocatoria a consejos de salarios durante su primer gobierno, la ambigüedad ante las privatizaciones impulsadas por el herrerismo y las reformas educativa y de seguridad social en el segundo-, también es cierto que fue el mismo Sanguinetti quién lanzó la tesis de las familias ideológicas, según la cual el Partido Colorado compartía una identidad sustancial con un Partido Nacional dominado por el mayor adversario del batllismo: el herrerismo. Una teoría, la de las familias ideológicas, que no hacía más que reconocer la mutación radical de la que venimos hablando. Así, si esta interpretación es correcta, lo que vive hoy el Partido Colorado no es una crisis de identidad, sino una crisis por negarse a aceptar que ha renunciado a su identidad batllista para adoptar una nueva, de cuño liberal-conservador, que lo hermana con el herrerismo.

Para superar su situación actual, el Partido Colorado puede seguir dos caminos. Uno, que ha seguido hasta ahora más allá de cierto grado de esquizofrenia, consiste en reconocer su nueva identidad ideológica y disputarle al herrerismo la representación del pensamiento liberal-conservador. Fue la estrategia que siguió Pedro Bordaberry. El problema es que probablemente el herrerismo seguirá resultado más atractivo para ese espectro del electorado, en la medida que está ubicado allí desde hace más de un siglo. En segundo lugar, el Partido Colorado puede intentar otro viraje, poniendo de nuevo en el centro de su discurso y su programa las señas de identidad batllistas. Sin embargo, enfrenta al menos dos grandes dificultades. En primer lugar, porque para retomar banderas que ha abandonado, un partido debe primero enterarse que las abandonó. Repasando algunos análisis sobre el reciente resultado electoral pareciera que los “batllistas” del Partido Colorado son los únicos que no han podido percibir lo que todos los demás podemos ver: que el Batllismo está en el Frente Amplio. En segundo lugar, aunque hiciera ese reconocimiento y decidiera retomar las viejas banderas, debe convencer a los ciudadanos batllistas –algunos ex colorados, muchos otros directamente frenteamplistas- que posee una capacidad superior a la del Frente de llevar adelante la construcción del país modelo soñado por Batlle; algo extremadamente difícil, dado que por décadas renunció a hacerlo sin ni siquiera darse cuenta de dicha renuncia. Tal como están las cosas, lo que me parece más probable es que el Partido Colorado se consolide como el hermano menor de la coalición liberal-conservadora.

jueves, 9 de octubre de 2014

Crecimiento y desigualdad. ¿Cómo le ha ido a la clase media?

Publicado en Brecha, 10 de octubre de 2014


Pretender descifrar cómo le ha ido a la “clase media” plantea, desde el inicio, una serie de problemas. Para mencionar sólo dos, ¿cómo le ha ido en qué sentido?, y ¿de qué hablamos cuando hablamos de “clase media”? Aquí me voy a concentrar en una esfera limitada como es la del ingreso de los hogares, lo que brinda además un criterio de definición: son hogares de clase media aquellos que cuyos ingresos los ubican “en el medio”. Limitarse a una definición basada en el ingreso supone dificultades relevantes –sobre las que volveré al final de la columna-, pero tiene la ventaja de delimitar un área sobre la que se pueden señalar algunos hechos más o menos objetivos que colaboren, por lo menos, a clarificar la discusión, y que permitan distinguir lo que es opinable de lo que no lo es.
Hace casi diez años el Frente Amplio asumió el gobierno con un mandato claro respecto a la necesidad de combatir la pobreza y avanzar en la construcción de una sociedad menos desigual. Ambas cosas pueden lograrse a la vez si se produce un crecimiento pro-pobre, esto es la combinación de crecimiento en el ingreso medio con redistribución progresiva. Y ello fue lo que ocurrió en Uruguay en los últimos años. Según informa el INE, entre 2006 y 2013 el ingreso de los hogares uruguayos creció un 42% en términos reales, o lo que es igual, a una tasa acumulativa anual del 5,2%[1]; en tanto los hogares bajo la línea de pobreza pasaron del 24,2% al 7,8% del total. Esta mejora en la pobreza se vio facilitada por una caída en la desigualdad de ingreso que, medida por el índice de Gini, se redujo de 0,455 a 0,384, un cambio nada desdeñable[2]. ¿Pero cómo afectó esta reducción de la desigualdad a la clase media?
El incremento de la participación en el ingreso total de los hogares de menores ingresos supone necesariamente una reducción de la participación de los hogares con ingresos superiores. Sin embargo, éstos pueden ser hogares de ingresos altos o medios. El Cuadro 1 ilustra estas posibilidades. Partiendo de una distribución cualquiera, que en nuestro ejemplo es la que tenía Uruguay en 2006, puede arribarse a diferentes escenarios de menor desigualdad. En el escenario 1, los hogares de los tres primeros deciles incrementan su participación en el ingreso total “a costa” de los hogares de los deciles cinco a ocho -que la reducen-, mientras el 20% de los hogares de mayores ingresos –deciles nueve y diez- mantienen su participación constante. En el escenario 2, los tres primeros deciles incrementan su participación, los deciles cuatro a ocho se mantienen igual que en el punto de partida, y son los últimos dos deciles los que “pagan” la reducción de la desigualdad. Finalmente, en el escenario 3, los ocho primeros deciles incrementan su participación y los dos últimos la reducen.
Cuadro 1: Participación de cada decil en el ingreso total en diferentes escenarios de reducción de la desigualdad
Punto de partida
Escenario 1
Escenario 2
Escenario 3
Decil 1
2
3
3
3
Decil 2
4
5
5
5
Decil 3
5
6
6
6
Decil 4
6
6
6
7
Decil 5
7
6
7
8
Decil 6
8
7
8
10
Decil 7
10
9
10
11
Decil 8
12
11
12
12
Decil 9
16
16
15
14
Decil 10
32
32
28
24
Gini
0,41
0,37
0,34
0,29
Fuente: Elaboración propia

Como el cuadro 1 permite apreciar, el saber que entre 2006 y 2013 se redujo la pobreza y la desigualdad nada nos dice a priori sobre quién vio mermar su participación en el ingreso total. Pudieron haber sido tanto los sectores medios como los altos los que hayan salido “perjudicados”[3] por el estilo de crecimiento pro-pobre que se observó en el país. De modo que vale la pena preguntarse sobre cómo le ha ido a la clase media en estos años.
La caída del índice de Gini se explica porque el ingreso creció a diferentes velocidades para hogares con distinto nivel de ingreso, dando lugar a una nueva estructura de la distribución por deciles. En el Cuadro 2 se presenta la participación de cada decil en el ingreso total en 2006 y 2003 (columnas 1 y 2), la tasa de variación anual del ingreso (columna 3) y la variación acumulada en el período (columna 4), el ingreso medio de los hogares por decil en 2006 y 2013 –expresado en pesos de 2013- (columna 6), y los resultados de una ejercicio contrafactual en que se estimó el ingreso medio por decil en 2013 suponiendo que la mejora de la desigualdad no se hubiera producido, y que cada decil hubiera captado en 2013 la misma proporción del ingreso total que captó en 2006 (columna 7).
Cuadro 2: Indicadores relativos a la evolución de los ingresos y su distribución por deciles en Uruguay entre 2006 y 2013
Participación en el ingreso total
Tasa de variación anual
Variación del período
Ingreso medio por hogar (pesos de 2013)
2006
2013
2003-2013
2003-2013
2006
2013
2013
Contrafactual*

(1)
(2)
(3)
(4)
(5)
(6)
(7)
Decil 1
2%
3%
9,9%
94%
7.216
14.016
10.278
Decil 2
4%
5%
9,0%
83%
11.480
21.024
16.352
Decil 3
5%
6%
8,5%
77%
14.761
26.163
21.024
Decil 4
6%
7%
7,7%
68%
18.041
30.368
25.696
Decil 5
7%
8%
7,1%
62%
21.649
35.040
30.835
Decil 6
8%
9%
6,8%
59%
25.913
41.113
36.908
Decil 7
10%
10%
6,1%
51%
31.161
47.187
44.383
Decil 8
12%
12%
5,6%
46%
39.033
56.998
55.596
Decil 9
16%
15%
4,5%
36%
52.482
71.481
74.751
Decil 10
32%
26%
2,1%
16%
106.276
122.872
151.371
Total
100%
100%
5,2%
42%
32.801
46.719
46.719
(*) Estimación del ingreso medio por decil de los hogares suponiendo que no se hubieran producido cambios en la desigualdad, esto es mantenido constante la distribución por deciles del año 2006 (columna 1)
Fuente: Calculado en base a datos publicados por el INE

Del cuadro surge con claridad que, como ya señalamos, durante el período se observó un crecimiento pro-pobre, esto es, que benefició a los sectores de menores ingresos en una proporción mayor que al conjunto. Efectivamente, mientras el ingreso medio creció en algo más del 40%, el de los dos primeros deciles estuvo cerca de duplicarse en el mismo período. En el otro extremo, los hogares cuyo ingreso los ubicaba en el último decil, se vieron perjudicados por la reducción de la desigualdad. En su caso el ingreso también creció, pero lo hizo a una tasa que fue menos de la mitad del promedio, por lo que su ingreso aumentó “sólo” un 16% en todo el período[4].
¿Pero qué decir de la “clase media”?
Desde el punto de vista del ingreso, parece razonable sostener que un hogar de clase media será aquel que se ubica en torno al ingreso mediano[5], es decir que hay tantos hogares con ingresos inferiores como hogares con ingresos superiores a él. El hogar con ingreso mediano se ubicaría entre los deciles 5 y 6. Parece claro que para ellos la reducción de la desigualdad también tuvo un efecto beneficioso, ya que su ingreso creció en el entorno al 7% anual, una tasa superior al promedio, lo que les permitió incrementar su ingreso en una cifra cercana al 60% para todo el período. Si la reducción de la desigualdad no se hubiera producido, en 2013 su ingreso hubiera sido  entre un 10% y un 15% inferior. Pero incluso hogares con ingresos claramente superiores al ingreso mediano, como los de los deciles 7 y 8, salieron gananciosos del proceso de reducción de la desigualdad. De hecho, como muestra el ejercicio contrafactual (Cuadro 2, columna 7) el 70% de los hogares –los siete primeros deciles- hubieran tenido en 2013 un ingreso inferior de no haberse producido la reducción de la desigualdad. Respecto al 30% de mayores ingresos, sólo del último decil puede decirse que fue perjudicado por la mejora en la distribución, en tanto los ingresos de los hogares ubicados en los deciles 8 y 9 se vieron poco afectados por el proceso redistributivo, ya que crecieron a un ritmo similar al promedio. En suma, lo ocurrido entre los años 2006 y 2013 se asemeja más bien al tercero de los escenarios presentados en el Cuadro 1.
Parece claro, entonces, que para cualquier definición razonable de clase media en que el nivel de ingresos tenga un lugar importante, este sector no sólo no “pagó” la reducción de la pobreza, sino que se vio beneficiado por la reducción de la desigualdad, aunque en un grado menor que los hogares más pobres. ¿Cómo explicar entonces que se siga sosteniendo que la clase media no fue beneficiada –o que incluso fue perjudicada- por el estilo de crecimiento pro-pobre de los últimos años? Una posible respuesta radica en el hecho de que para que un hogar se ubique en el noveno, o incluso décimo decil, no se requiere, ni mucho menos, que sus integrantes sean “ricos”. Una pareja de profesionales, pequeños empresarios, empleados bien remunerados –como los bancarios-, o profesores universitarios, acumulan un nivel de ingresos suficiente para ubicar su hogar en el 20% o 10% de la cúspide, aunque ellos no lo perciban. Por su conciencia de no ser ricos y su estilo de vida suelen considerarse miembros de la clase media, como si hubiera tanta gente con ingresos superiores a ellos como los hay con ingresos inferiores. Pero no es así, no los hay.



[1] Se trata de una magnitud similar a la del PIB, que creció en esos años al 5,7% anual.
[2] Utilizamos los datos publicados por el INE. El Instituto de Economía (IECON)de la FCEA-UDELAR, calcula la distribución del ingreso mediante una metodología diferente, lo que conduce a un resultado algo distinto en el valor del índice, pero con una caída de similar magnitud.
[3] En realidad hay buenas razones teóricas y empíricas para sostener que vivir en una sociedad con desigualdad moderada es mejor para todos.
[4] Por otra parte, y dada la experiencia histórica del país, un crecimiento del 2,1% acumulativo anual no es despreciable.
[5] No confundir con ingreso medio.