lunes, 2 de febrero de 2015

El Partido Colorado, la crisis de 2002, y un poco de filosofía de la historia

La motivación de este post viene dada por dos circunstancias totalmente diferentes que sólo tienen en común su sincronía. Por una parte, el nuevo episodio de la crisis (¿terminal?) del Partido Colorado, esta vez de la mano de la renuncia de su candidato a la Intendencia de Montevideo dentro del Partido de la Concertación. La segunda, una lectura de verano, una de esas novelas de 900 páginas que ahora, culminada la tesis, puedo leer. De esta coincidencia temporal entre una lectura y una coyuntura surge la pregunta que intento explorar en el post: ¿estaría el Partido Colorado en esta situación crítica sin la crisis del 2002? Existe, además, una motivación adicional, y es que en cierta medida voy a discutir conmigo mismo.
En un post anterior sobre la crisis del Partido Colorado (PC) argumenté que la misma era el resultado de un fenómeno estructural, producido a lo largo de dos décadas,  por el cual, a la vez que el PC había abandonado el batllismo, los batllistas habían abandonado al PC. Como resultado, el PC se ubica hoy como el “hermano menor” dentro de un bloque liberal–conservador liderado por el Partido Nacional. Una posición que, creo, es muy probable se transforme en un fenómeno de largo plazo, algo similar a lo ocurrido con el Partido Liberal británico. Pero si bien sostengo que se trata de un cambio estructural, pienso que un fenómeno coyuntural, la crisis de 2002, fue central para que éste se produjera. La idea que deseo explorar es que la crisis constituyó una “coyuntura crítica” que dio lugar a un equilibrio dentro del bloque liberal-conservador que asigna al PC un rol menor, pero que este equilibrio no era ni previsible ni inevitable. Aclaro desde ya, por las dudas, que sigo aquí la receta del famoso economista ruso-americano: 95% especulación y 5% de evidencia.
En estas vacaciones me devoré 22/11/63. Ese es el título de una novela de Stephen King, cuyo protagonista viaja al pasado para evitar el asesinato de JFK. Las (buenas) novelas sobre viajes al pasado son interesantísimas porque suelen abordar dos problemas fundamentales de la filosofía de la historia. Por una parte, exploran las preguntas  contrafactuales del tipo ¿qué hubiera pasado si? ¿Habría habido nazismo si Hitler hubiera muerto en la Primera Guerra? O, como se plantea en la novela, ¿habría habido guerra de Vietnam si no hubieran matado a Kennedy? Anahid Balian, mi profesora de historia de 5º año, gustaba de responder a alguna de mis impertinencias señalando que la historia se ocupa de lo que pasó, no de lo que pudo haber pasado. Es cierto, pero también es cierto –como aprendí después- que preguntarnos sobre lo que pudo haber pasado constituye una herramienta central para comprender y explicar lo que efectivamente pasó. La inmensa mayoría (¿todas?) de las explicaciones históricas tienen implícito un contrafactual en tanto que sin la causa que se imputa en la explicación se supone que el fenómeno en cuestión no habría ocurrido. El segundo de los problemas filosóficos relativos al conocimiento histórico a los que las novelas de ese tipo están suelen dar lugar es a la relación entre las estructuras y las contingencias, entre el azar y la necesidad. Si, como en el caso de la novela, lo que se modifica en el ejercicio de razonamiento contrafactual es un suceso –el asesinato de Kennedy- en lugar de una estructura o un contexto de mayor calado –la Guerra Fría-, entonces se acepta que lo contingente e imprevisible cumple un rol importante en el devenir histórico: la Guerra Fría no determinaba la necesidad de una guerra en Vietnam. Un factor circunstancial, como quién presidía los EE.UU. en la segunda mitad de los años sesenta, habría sido determinante.
Pongamos esto en unos términos un poco más “elevados” apelando a un poco de “filosofía de la historia”, pero de la mano de un Premio Nobel en química que se preciaba de haber introducido la contingencia histórica en las ciencias físicas. Para Prigogine, “comprender una historia no es reducirla a regularidades subyacentes ni a un caos de sucesos arbitrarios; es comprender a la vez las coherencias y sucesos: las coherencias en tanto que pueden resistir los sucesos y condenarlos a la insignificancia o, por el contrario, ser destruidas o transformadas por algunos de ellos; los sucesos en tanto que pueden o no hacer surgir nuevas posibilidades de historia.”[1]
Es decir, de lo que se trata es de indagar en las relaciones entre los fenómenos estructurales (coherencias) y los contingentes (sucesos), entendiendo la historia como el resultado de la interacción entre ambos. En algunos casos los procesos estructurales “absorben” los sucesos, la estructura permanece en pié. Pero en otros, los sucesos pueden dar lugar a un nuevo equilibrio, un nuevo tipo de estructura. Podemos hablar en esos casos de “coyunturas críticas” o, como el mismo Ilya Prigogine prefería, “puntos de bifurcación”:
“Llamamos bifurcación al punto crítico a partir del cual se hace posible un nuevo estado, los puntos de inestabilidad alrededor de los cuales una perturbación infinitesimal es suficiente para determinar el régimen de funcionamiento macroscópico de un sistema, son puntos de bifurcación”.[2]
Podemos ilustrar el concepto con un diagrama de bifurcación (Figura 1), tomado de la lectura que hiciera Prigogine al momento de recibir el Premio Nobel de Química en 1977.

Figura1: Diagrama de Bifurcación

Fuente: Prigogine, Nobel lecture, 1977

En el diagrama se observa cómo, a partir de determinados niveles del parámetro l, el sistema se vuelve inestable, existiendo más de una solución. A partir del punto de bifurcación A, el sistema puede recorrer dos senderos distintos, sin que podamos predecir a priori, cual recorrerá. Para explicar un estado dado de un sistema de este tipo es necesario recurrir a su historia:
“La definición de un estado, más allá del umbral de inestabilidad, no es ya intemporal. Por ello,  no basta referirse a la composición química y las condiciones del entorno, en efecto, ya no es deducible que el sistema se encuentra en ese estado singular, existen otros estados igualmente accesibles. Por tanto, la única explicación es histórica o genética: es necesario definir el camino que constituye el pasado del sistema, enumerar las bifurcaciones atravesadas y la sucesión de las fluctuaciones que han formado la historia real entre todas las historias posibles”.[3]
Es decir, ocurre muchas veces que las cosas no debían necesariamente ser como fueron, pero una vez que han sido, podemos analizar su historia y explicar por qué fueron como fueron (perdón por el trabalenguas).
Hacia el año 2000 podía observarse un fenómeno estructural, tendencial, según el cual el sistema político uruguayo estaba mutando hacia la constitución de dos bloques diferentes a los que habían signado el siglo XX. Los antagonistas principales ya no serían blancos y colorados, sino por un lado una coalición “progresista” que incluía desde fuerzas socialdemócratas hasta la izquierda marxista, y por otro un bloque liberal-conservador, conformado por los dos partidos tradicionales que se reconocían parte de una misma familia ideológica. Fue de hecho la propia consciencia de que esta transformación era de tipo estructural, lo que motivó la reforma constitucional que introdujo la segunda vuelta. Veinte años después, el Partido Colorado se ha transformado en el socio menor de la familia liberal-conservadora. Pero este resultado en ningún modo estaba definido hacia el año 2000. El rol que cabría a cada partido dentro del bloque tradicional era entonces algo aún por definir.
Uno puede imaginar tres alternativas posibles. En primer lugar, podía ocurrir que los dos partidos del bloque conservador mantuvieran un peso similar –como habían tenido en la elección de 1994. En ese caso, cada primera vuelta resultaría en una elección competitiva en que cada partido pugnaría por pasar al balotaje. Algunas veces ganarían los blancos y otras los colorados. Presumo que era éste el escenario que se figuraban los dirigentes de ambos partidos. Pero podría ocurrir, también, que uno de los dos partidos tomara la delantera sobre el otro en forma significativa y duradera. Dado que para una parte importante del electorado liberal-conservador es indiferente qué partido lidere, era posible que tendieran a apoyar a aquel que vieran con más posibilidades de vencer al Frente Amplio. Así, hacia el año 2000 la transformación del sistema político –la coherencia- se encontraba en un momento crítico, “lejos del equilibrio”, de modo tal que un suceso podía dar lugar a un “punto de bifurcación” que volcara la evolución tendencial en uno u otro sentido. En 1999, la primera vez que el nuevo sistema se utilizó, el Partido Colorado aventajó al Nacional por una importante diferencia (33% a 22% de los votos válidos). En dicha elección los blancos tuvieron una de las peores votaciones de su historia. Pero no fueron las disputas en la interna blanca y la mala elección del Partido Nacional en 1999, sino la crisis de 2002, lo que dio lugar a un nuevo equilibrio. El haber estado en el gobierno durante la crisis –un fenómeno contingente- condujo a una pésima votación del Partido Colorado en la elección siguiente -2004- y desde entonces se ha percibido al Partido Nacional como el que, dentro del bloque liberal-conservador, puede disputar la presidencia al FA. Así, el PC se encuentra entrampado en un equilibrio desfavorable, en la medida que un conjunto importante del electorado del bloque lo considera como el socio menor y prefiere brindar su apoyo al que percibe como más fuerte. Dado que su motivación central consiste en desplazar al FA, los argumentos relativos a que puede votar al que saldrá tercero en la primera vuelta para votar al segundo luego no le son de recibo. Por el contrario, su interés principal es fortalecer al que dentro del bloque percibe como más fuerte, porque es él el que deberá enfrentar al adversario principal. En resumen, según esta especulación, el “suceso” del año 2002 fue determinante para que la transformación estructural que dio lugar al bloque liberal-conservador se compusiera de dos partes desiguales: un retador, que es el Partido Nacional, y un socio menor: el Partido Colorado.
Es posible, más bien probable, que todo este razonamiento esté equivocado. Pero quizá de él pueda surgir alguna hipótesis de trabajo interesante, y si no, no importa, porque me he divertido elaborándolo (cada uno se divierte como quiere).



[1] Prigogine & Stengers, Entre el tiempo y la eternidad, pág. 54
[2] Prigogine & Stengers, La Nueva alianza, pp. 192
[3] Prigogine & Stengers, La Nueva alianza, pp. 193

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