La motivación de este
post viene dada por dos circunstancias totalmente diferentes que sólo tienen en
común su sincronía. Por una parte, el nuevo episodio de la crisis (¿terminal?) del
Partido Colorado, esta vez de la mano de la renuncia de su candidato a la
Intendencia de Montevideo dentro del Partido de la Concertación. La segunda,
una lectura de verano, una de esas novelas de 900 páginas que ahora, culminada
la tesis, puedo leer. De esta coincidencia temporal entre una lectura y una
coyuntura surge la pregunta que intento explorar en el post: ¿estaría el
Partido Colorado en esta situación crítica sin la crisis del 2002? Existe,
además, una motivación adicional, y es que en cierta medida voy a discutir
conmigo mismo.
En un post anterior sobre
la crisis del Partido Colorado (PC) argumenté que la misma era el resultado de
un fenómeno estructural, producido a lo largo de dos décadas, por el cual, a la vez que el PC había
abandonado el batllismo, los batllistas habían abandonado al PC. Como
resultado, el PC se ubica hoy como el “hermano menor” dentro de un bloque
liberal–conservador liderado por el Partido Nacional. Una posición que, creo,
es muy probable se transforme en un fenómeno de largo plazo, algo similar a lo
ocurrido con el Partido Liberal británico. Pero si bien sostengo que se trata
de un cambio estructural, pienso que un fenómeno coyuntural, la crisis de 2002,
fue central para que éste se produjera. La idea que deseo explorar es que la
crisis constituyó una “coyuntura crítica” que dio lugar a un equilibrio dentro
del bloque liberal-conservador que asigna al PC un rol menor, pero que este
equilibrio no era ni previsible ni inevitable. Aclaro desde ya, por las dudas,
que sigo aquí la receta del famoso economista ruso-americano: 95% especulación
y 5% de evidencia.
En estas vacaciones me
devoré 22/11/63. Ese es el título de una novela de Stephen King, cuyo
protagonista viaja al pasado para evitar el asesinato de JFK. Las (buenas)
novelas sobre viajes al pasado son interesantísimas porque suelen abordar dos
problemas fundamentales de la filosofía de la historia. Por una parte, exploran
las preguntas contrafactuales del tipo
¿qué hubiera pasado si? ¿Habría habido nazismo si Hitler hubiera muerto en la
Primera Guerra? O, como se plantea en la novela, ¿habría habido guerra de
Vietnam si no hubieran matado a Kennedy? Anahid Balian, mi profesora de
historia de 5º año, gustaba de responder a alguna de mis impertinencias
señalando que la historia se ocupa de lo que pasó, no de lo que pudo haber
pasado. Es cierto, pero también es cierto –como aprendí después- que
preguntarnos sobre lo que pudo haber pasado constituye una herramienta central para
comprender y explicar lo que efectivamente pasó. La inmensa mayoría (¿todas?)
de las explicaciones históricas tienen implícito un contrafactual en tanto que
sin la causa que se imputa en la explicación se supone que el fenómeno en
cuestión no habría ocurrido. El segundo de los problemas filosóficos relativos
al conocimiento histórico a los que las novelas de ese tipo están suelen dar
lugar es a la relación entre las estructuras y las contingencias, entre el azar
y la necesidad. Si, como en el caso de la novela, lo que se modifica en el
ejercicio de razonamiento contrafactual es un suceso –el asesinato de Kennedy-
en lugar de una estructura o un contexto de mayor calado –la Guerra Fría-,
entonces se acepta que lo contingente e imprevisible cumple un rol importante
en el devenir histórico: la Guerra Fría no determinaba la necesidad de una
guerra en Vietnam. Un factor circunstancial, como quién presidía los EE.UU. en
la segunda mitad de los años sesenta, habría sido determinante.
Pongamos esto en unos
términos un poco más “elevados” apelando a un poco de “filosofía de la
historia”, pero de la mano de un Premio Nobel en química que se preciaba de
haber introducido la contingencia histórica en las ciencias físicas. Para
Prigogine, “comprender una historia no es reducirla a regularidades
subyacentes ni a un caos de sucesos arbitrarios; es comprender a la vez las
coherencias y sucesos: las coherencias en tanto que pueden resistir los
sucesos y condenarlos a la insignificancia o, por el contrario, ser destruidas
o transformadas por algunos de ellos; los sucesos en tanto que pueden o no
hacer surgir nuevas posibilidades de historia.”[1]
Es decir, de lo que se
trata es de indagar en las relaciones entre los fenómenos estructurales
(coherencias) y los contingentes (sucesos), entendiendo la historia como el
resultado de la interacción entre ambos. En algunos casos los procesos
estructurales “absorben” los sucesos, la estructura permanece en pié. Pero en
otros, los sucesos pueden dar lugar a un nuevo equilibrio, un nuevo tipo de
estructura. Podemos hablar en esos casos de “coyunturas críticas” o, como el
mismo Ilya Prigogine prefería, “puntos de bifurcación”:
“Llamamos bifurcación al punto crítico a partir del cual
se hace posible un nuevo estado, los puntos de inestabilidad alrededor de los
cuales una perturbación infinitesimal es suficiente para determinar el régimen
de funcionamiento macroscópico de un sistema, son puntos de bifurcación”.[2]
Podemos ilustrar el
concepto con un diagrama de bifurcación (Figura 1), tomado de la
lectura que hiciera Prigogine al momento de recibir el Premio Nobel de Química
en 1977.
Figura1: Diagrama de Bifurcación
Fuente:
Prigogine, Nobel lecture, 1977
En el diagrama se observa
cómo, a partir de determinados niveles del parámetro l, el sistema se vuelve inestable, existiendo más de una solución. A partir del
punto de bifurcación A, el sistema puede recorrer dos senderos distintos, sin
que podamos predecir a priori, cual recorrerá. Para explicar un estado dado de
un sistema de este tipo es necesario recurrir a su historia:
“La definición de un estado, más allá del umbral de
inestabilidad, no es ya intemporal. Por ello,
no basta referirse a la composición química y las condiciones del
entorno, en efecto, ya no es deducible que el sistema se encuentra en ese estado
singular, existen otros estados igualmente accesibles. Por tanto, la única explicación es histórica o
genética: es necesario definir el camino que constituye el pasado del sistema,
enumerar las bifurcaciones atravesadas y la sucesión de las fluctuaciones que
han formado la historia real entre todas las historias posibles”.[3]
Es
decir, ocurre muchas veces que las cosas no debían necesariamente ser como
fueron, pero una vez que han sido, podemos analizar su historia y explicar por
qué fueron como fueron (perdón por el trabalenguas).
Hacia el año 2000 podía
observarse un fenómeno estructural, tendencial, según el cual el sistema
político uruguayo estaba mutando hacia la constitución de dos bloques
diferentes a los que habían signado el siglo XX. Los antagonistas principales
ya no serían blancos y colorados, sino por un lado una coalición “progresista”
que incluía desde fuerzas socialdemócratas hasta la izquierda marxista, y por
otro un bloque liberal-conservador, conformado por los dos partidos
tradicionales que se reconocían parte de una misma familia ideológica. Fue de
hecho la propia consciencia de que esta transformación era de tipo estructural,
lo que motivó la reforma constitucional que introdujo la segunda vuelta. Veinte
años después, el Partido Colorado se ha transformado en el socio menor de la familia
liberal-conservadora. Pero este resultado en ningún modo estaba definido hacia
el año 2000. El rol que cabría a cada partido dentro del bloque tradicional era
entonces algo aún por definir.
Uno puede imaginar tres
alternativas posibles. En primer lugar, podía ocurrir que los dos partidos del
bloque conservador mantuvieran un peso similar –como habían tenido en la
elección de 1994. En ese caso, cada primera vuelta resultaría en una elección
competitiva en que cada partido pugnaría por pasar al balotaje. Algunas veces
ganarían los blancos y otras los colorados. Presumo que era éste el escenario
que se figuraban los dirigentes de ambos partidos. Pero podría ocurrir,
también, que uno de los dos partidos tomara la delantera sobre el otro en forma
significativa y duradera. Dado que para una parte importante del electorado
liberal-conservador es indiferente qué partido lidere, era posible que tendieran
a apoyar a aquel que vieran con más posibilidades de vencer al Frente Amplio. Así,
hacia el año 2000 la transformación del sistema político –la coherencia- se
encontraba en un momento crítico, “lejos del equilibrio”, de modo tal que un
suceso podía dar lugar a un “punto de bifurcación” que volcara la evolución
tendencial en uno u otro sentido. En 1999, la primera vez que el nuevo sistema
se utilizó, el Partido Colorado aventajó al Nacional por una importante
diferencia (33% a 22% de los votos válidos). En dicha elección los blancos
tuvieron una de las peores votaciones de su historia. Pero no fueron las
disputas en la interna blanca y la mala elección del Partido Nacional en 1999,
sino la crisis de 2002, lo que dio lugar a un nuevo equilibrio. El haber estado
en el gobierno durante la crisis –un fenómeno contingente- condujo a una pésima
votación del Partido Colorado en la elección siguiente -2004- y desde entonces
se ha percibido al Partido Nacional como el que, dentro del bloque
liberal-conservador, puede disputar la presidencia al FA. Así, el PC se
encuentra entrampado en un equilibrio desfavorable, en la medida que un
conjunto importante del electorado del bloque lo considera como el socio menor
y prefiere brindar su apoyo al que percibe como más fuerte. Dado que su
motivación central consiste en desplazar al FA, los argumentos relativos a que
puede votar al que saldrá tercero en la primera vuelta para votar al segundo
luego no le son de recibo. Por el contrario, su interés principal es fortalecer
al que dentro del bloque percibe como más fuerte, porque es él el que deberá
enfrentar al adversario principal. En resumen, según esta especulación, el
“suceso” del año 2002 fue determinante para que la transformación estructural
que dio lugar al bloque liberal-conservador se compusiera de dos partes
desiguales: un retador, que es el Partido Nacional, y un socio menor: el
Partido Colorado.
Es posible, más bien
probable, que todo este razonamiento esté equivocado. Pero quizá de él pueda
surgir alguna hipótesis de trabajo interesante, y si no, no importa, porque me
he divertido elaborándolo (cada uno se divierte como quiere).